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Playa en San Onofre, Ricón del mar |
El lunes pasado había regresado de sus vacaciones en México. El viaje de vuelta fue largo y agotador. Desempacó, pero no guardó el equipaje; su cuarto quedó algo desordenado, aunque a ella solo le importaba dormir, y así lo hizo. Durmió el resto del día y toda la noche.
Los días siguientes los pasó completamente en la corporación donde trabaja, poniéndose al día con las tareas acumuladas durante su ausencia.
El jueves en la noche, en la intimidad de su cuarto, se dispuso a descansar. Programó la alarma de su celular para las 8:00 a. m., con la intención de organizar su habitación y arreglarse con calma. Se acostó, pero como le suele suceder, dio muchas vueltas en la cama antes de quedar profundamente dormida.
Al amanecer, mientras estaba entre el sueño y las ganas de despertar, sintió su casa llena de vida. Su padre arreglaba la moto en la acera mientras le llamaba la atención a su nieta y pedía a su esposa que estuviera más pendiente de la niña, pues se estaba untando de aceite. Entre las conversaciones familiares y el sueño, su cerebro asimiló que ya era tarde, pero como la alarma aún no sonaba, se dejó llevar nuevamente por el sueño.
A Lore le encanta el agua, pero cuando sueña con ella, sus sueños suelen ser inquietantes. Casi siempre están relacionados con desastres naturales: aguaceros que desbordan quebradas, ríos y mares que se salen de su cauce. Esta vez no fue la excepción.
Soñó que estaba con dos amigas que en realidad no lo eran, pues sus rostros le resultaban completamente desconocidos. Una era morena, de su edad; la otra, más blanca, parecía una adolescente. Caminaban juntas hasta un morro en un lugar desconocido. Desde allí, veían el mar, que lanzó una ola que les cubrió los pies. Luego, las olas comenzaron a crecer cada vez más. Corrieron cuesta abajo, intentando escapar de la corriente. El caos era total: autos y buses volcados, calles inundadas. Buscando un refugio seguro, treparon por los andenes de las casas. En uno de los buses estaba la madre de la chica morena, quien corrió hacia ella y subió al vehículo justo antes de que este volcara. Lore gritaba desesperada, intentando salvarlas mientras luchaba también por su propia vida. Logró refugiarse en una casa y, de pronto, el mar retrocedió. Muchas personas le preguntaban qué había sucedido, pero ella solo podía pensar en la angustia de haber perdido a su amiga y a su madre.
En ese momento, escuchó la voz de su mamá y despertó, sintiendo un calor insoportable. Miró el celular, convencida de que aún no eran las 8:00 a. m., pero descubrió que se había descargado durante la noche. Buscó el reloj en su mesita de noche y, ¡oh, sorpresa!, eran las doce del mediodía.
Entre el susto por haberse quedado dormida y la preocupación por no haber abierto su lugar de trabajo a tiempo, recordó que el tallerista le había avisado que no habría encuentro ese día. Como no tenía nada más que hacer en la corporación, decidió relajarse y permanecer en su cuarto.
Su hermana entró a la habitación y, en un tono poco usual, comenzó a hablarle sobre sus problemas: que se sentía aburrida, que no se sentía plena. Lore se sorprendió, pues su hermana rara vez hablaba de sus cosas. En esa conversación, descubrió que ambas pasaban por situaciones similares y que entre ellas faltaba más diálogo y comunicación.
Recordó el pasado y miró fotos de épocas anteriores. Sabía que en esos momentos había sido feliz, pero ahora la envolvía una sensación de vacío inexplicable. Pensó que, si ambas se sentían de la misma manera, quizá era algo relacionado con la casa, con el entorno familiar. Recordó que su madre había sido diagnosticada recientemente con hipertensión y que había estado decaída. Además, la familia había pasado por momentos difíciles que, de una u otra manera, las habían afectado a ella y a su hermana, aunque no fueran del todo conscientes de ello.
Pero, como la vida sigue, Lore se levantó, se bañó, almorzó el espagueti que había preparado su madre y se dirigió a la corporación. Pasó la tarde conversando con sus compañeros sobre el viaje, las actividades y la rutina.
El día transcurrió entre reflexiones sobre los temores y las cargas que llevamos dentro, sobre cómo los amigos nos ayudan a sanar por instantes nuestras angustias. Y así terminó su viernes, entre charlas, abrazos, sonrisas, una buena salsa y la compañía de amigos.
Hilena
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