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Gabriel El mazamorrero del barrio Fotografía: Hilena |
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Amigo mío, esquina de la 99 con 49 Fotografía:Hilena |
Son las nueve de la mañana. El sol calienta el asfalto y las calles están llenas de vida. Los buses de trasporte público, las motos y demás vehículos que transitan el barrio van de lado a lado con sus motores y pitos estruendosos y entre ellos se escucha un tambor improvisado acompañado de un alegre pregón.
Las calles de mi barrio son empinadas y angostas, con casitas de formas, colores y estilos diferentes apiladas unas frente a las otras. Los ante jardines son verdes y adornados por el colorido de las flores que nos hace recordar los pesebres que de niños solíamos armar.
Gabriel o amigo mio como suelen llamarlo es un hombre de estatura baja, piel trigueña un poco dorada por el sol, muy bien vestido: pantalón de prenses, camisa a cuadros y una gorra para protegerse del sol.
Él un hombre berraco, trabajador, simpático, educado y muy conversador. Siempre se le ve sonriente, tiene una energía muy bonita que trasmite a todos los que lo conocen. Su forma de saludar es muy sonora: —Amigo mio. Negrita. Mi niño—. Ese saludo va acompañado de sus pregones y cánticos —Tinqui titinqui tin-tin—. Negraa, ¿qué será lo que quiere el negro?—.
Él no solo es un habitante del barrio; es el vecino y amigo que siempre tiene un consejo, una frase inspiradora, un remedio casero o una oración para las personas que lo necesitan, además vende la mazamorra más deliciosa, ideal para almorzar o tomar el algo.
Todo empezó años atrás cuando don James lo invitó a experimentar esta locura en el barrio Andalucía.
Allí estaba Gabriel al lado de este señor alto y con una voz que se distorsionaba al gritar, aprendiendo el oficio de mazamorrero, sudando del susto y pensando en abandonar esa labor, pero como a él le enseñaron que todo lo que el hombre piensa y desea es posible, se arriesgó porque para él la terapia más linda en la vida es salir a trabajar.
A las nueve o diez de la noche pone a coser a fuego lento el maíz. Al día siguiente lo apaga tipo siete u ocho de la mañana, la sirve en las tinajas y carga su nave, un pequeño carro de cuatro llantas y dos niveles hecho especialmente para trasportar este maravilloso manjar. No importa si llueve o hace sol, para él lo que importa es que sus clientes reciban la deliciosa mazamorra que ha preparado con tanto amor. Es así como cuando la gente escucha desde lo lejos pregonar —Negra, ¿qué será lo que quiere el pueblooo? Ma-za-mooorra, pa-ne-li-ta, bo-ca-di-llo— y sale con la olla a comprar, y si va por la calle y se antoja, él le vende el vaso de dos mil con leche, bocadillo y ñapa.
Esa es la vida de este hombre al que todos conocen y quieren. Un negrito simpaticón que recorre las calles de Santa Cruz, cantando y disfrutando lo que hace de una manera bacana y sonriente.
Gabriel o amigo mio como suelen llamarlo es un hombre de estatura baja, piel trigueña un poco dorada por el sol, muy bien vestido: pantalón de prenses, camisa a cuadros y una gorra para protegerse del sol.
Él un hombre berraco, trabajador, simpático, educado y muy conversador. Siempre se le ve sonriente, tiene una energía muy bonita que trasmite a todos los que lo conocen. Su forma de saludar es muy sonora: —Amigo mio. Negrita. Mi niño—. Ese saludo va acompañado de sus pregones y cánticos —Tinqui titinqui tin-tin—. Negraa, ¿qué será lo que quiere el negro?—.
Él no solo es un habitante del barrio; es el vecino y amigo que siempre tiene un consejo, una frase inspiradora, un remedio casero o una oración para las personas que lo necesitan, además vende la mazamorra más deliciosa, ideal para almorzar o tomar el algo.
Todo empezó años atrás cuando don James lo invitó a experimentar esta locura en el barrio Andalucía.
Allí estaba Gabriel al lado de este señor alto y con una voz que se distorsionaba al gritar, aprendiendo el oficio de mazamorrero, sudando del susto y pensando en abandonar esa labor, pero como a él le enseñaron que todo lo que el hombre piensa y desea es posible, se arriesgó porque para él la terapia más linda en la vida es salir a trabajar.
A las nueve o diez de la noche pone a coser a fuego lento el maíz. Al día siguiente lo apaga tipo siete u ocho de la mañana, la sirve en las tinajas y carga su nave, un pequeño carro de cuatro llantas y dos niveles hecho especialmente para trasportar este maravilloso manjar. No importa si llueve o hace sol, para él lo que importa es que sus clientes reciban la deliciosa mazamorra que ha preparado con tanto amor. Es así como cuando la gente escucha desde lo lejos pregonar —Negra, ¿qué será lo que quiere el pueblooo? Ma-za-mooorra, pa-ne-li-ta, bo-ca-di-llo— y sale con la olla a comprar, y si va por la calle y se antoja, él le vende el vaso de dos mil con leche, bocadillo y ñapa.
Esa es la vida de este hombre al que todos conocen y quieren. Un negrito simpaticón que recorre las calles de Santa Cruz, cantando y disfrutando lo que hace de una manera bacana y sonriente.
Hilena