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lunes, 27 de marzo de 2023

Amigo mío, el mazamorrero del barrio

Gabriel El mazamorrero del barrio
Fotografía: Hilena
Amigo mío,
 esquina de la 99 con 49
Fotografía:Hilena















Son las nueve de la mañana. El sol calienta el asfalto y las calles están llenas de vida. Los buses de trasporte público, las motos y demás vehículos que transitan el barrio van de lado a lado con sus motores y pitos estruendosos y entre ellos se escucha un tambor improvisado acompañado de un alegre pregón.

Las calles de mi barrio son empinadas y angostas, con casitas de formas, colores y estilos diferentes apiladas unas frente a las otras. Los ante jardines son verdes y adornados por el colorido de las flores que nos hace recordar los pesebres que de niños solíamos armar.
Gabriel o amigo mio como suelen llamarlo es un hombre de estatura baja, piel trigueña un poco dorada por el sol, muy bien vestido: pantalón de prenses, camisa a cuadros y una gorra para protegerse del sol.
Él un hombre berraco, trabajador, simpático, educado y muy conversador. Siempre se le ve sonriente, tiene una energía muy bonita que trasmite a todos los que lo conocen. Su forma de saludar es muy sonora: —Amigo mio. Negrita. Mi niño—. Ese saludo va acompañado de sus pregones y cánticos —Tinqui titinqui tin-tin—. Negraa, ¿qué será lo que quiere el negro?—.
Él no solo es un habitante del barrio; es el vecino y amigo que siempre tiene un consejo, una frase inspiradora, un remedio casero o una oración para las personas que lo necesitan, además vende la mazamorra más deliciosa, ideal para almorzar o tomar el algo.
Todo empezó años atrás cuando don James lo invitó a experimentar esta locura en el barrio Andalucía.
Allí estaba Gabriel al lado de este señor alto y con una voz que se distorsionaba al gritar, aprendiendo el oficio de mazamorrero, sudando del susto y pensando en abandonar esa labor, pero como a él le enseñaron que todo lo que el hombre piensa y desea es posible, se arriesgó porque para él la terapia más linda en la vida es salir a trabajar.
A las nueve o diez de la noche pone a coser a fuego lento el maíz. Al día siguiente lo apaga tipo siete u ocho de la mañana, la sirve en las tinajas y carga su nave, un pequeño carro de cuatro llantas y dos niveles hecho especialmente para trasportar este maravilloso manjar. No importa si llueve o hace sol, para él lo que importa es que sus clientes reciban la deliciosa mazamorra que ha preparado con tanto amor. Es así como cuando la gente escucha desde lo lejos pregonar —Negra, ¿qué será lo que quiere el pueblooo? Ma-za-mooorra, pa-ne-li-ta, bo-ca-di-llo— y sale con la olla a comprar, y si va por la calle y se antoja, él le vende el vaso de dos mil con leche, bocadillo y ñapa.
Esa es la vida de este hombre al que todos conocen y quieren. Un negrito simpaticón que recorre las calles de Santa Cruz, cantando y disfrutando lo que hace de una manera bacana y sonriente.

Hilena

Habitación 430


Foto: Hilena. León durmiendo plácidamente.


El sol comienza a esconderse en las montañas, pero aún ilumina las calles de Urrao, “El paraíso escondido” del Suroeste Antioqueño. Son las cinco de la tarde, en el parque principal la gente aguarda para recibir a los viajeros que llegan de Medellín. Entre ellos se encuentra un hombre que nunca había estado en el pueblo pero que tenía la seguridad de que allí lograría realizar sus sueños: León Cañas de oficio funerario, labor que realizó por muchos años en el barrio Santa Cruz, con 46 años, acuerpado, bien vestido, simpático y conversador, casado con Marleny, una hermosa mujer, noble, sincera y con una sonrisa encantadora. Con ella tiene dos hijos: Alexander y Elena.
Transcurrieron veinte años desde que Urrao lo adoptó, pueblo que lo despidió en una ambulancia con pañuelos blancos deseando su pronta recuperación.
Es la mañana de aquel 24 de septiembre cuando es ingresado a la sala de urgencias del Hospital General de Medellín con una falla cardiaca, es asistido por Jorge Iván, médico internista, amigo y compañero en campañas políticas. Su estado de salud es bastante delicado, pasa tres días en la sala de emergencias, donde comparte la habitación con diversas personas, entre ellos, Don Jairo, paciente con cáncer de pulmón. La enfermedad ya ha hecho metástasis, se encuentra en un estado de sueño profundo; diagnóstico médico: final de la vida. Hay también una señora que nadie la visita, no habla con nadie, sólo recita versos de la biblia o grita: “Arrepentíos hijos de satanás, Cristo los ama”.
Jorge Iván decide que León debe ser internado en el hospital. Le es asignada la habitación 430 Torre Norte. Desde su cama se puede ver la parroquia del Perpetuo Socorro, la estación exposiciones, la ciudad y hermosos atardeceres.  En las mañanas se siente un agradable olor a parva recién horneada, pues en la esquina queda la panadería El Paraíso.
Durante los 42 días que estuvo hospitalizado vivió situaciones de risas y lágrimas; tuvo que convivir con personas muy particulares: Mauricio, su primer compañero de cuarto, se encerraba en el baño a hacer el amor con su novia, a la que luego golpeaba y humillaba. Esto lo enfurecía, pero él se sentía impotente, ya su cuerpo estaba debilitado y era difícil su movilidad. 
Héctor tenía dos vidas, en la mañana lo visitaba su esposa y sus hijos, y en las noches su amante, hasta que un día se le cruzaron las dos y ese fue el fin de su matrimonio. 
También estuvo Nelson, un habitante de calle que estaba inválido. Este hombre hablaba con mucha sabiduría, que uno podía deducir que era estudiado, él decía que era más la fuerza de las drogas que lo retenían en las calles que las ganas de volver a ver sus seres queridos. Estaba andrajoso y olía feo porque su cuerpo estaba lleno de escaras. Una mañana se arrancó el catéter, renunció al tratamiento y salió del hospital. Algunas veces se lo veía en su silla de ruedas, drogado deambulando por los alrededores. En aquella habitación estaba un señor al que le dieron puñaladas, un enfermo del corazón, un obrero, un ladrón que se hallaba custodiado.
Las enfermeras le cogieron un gran aprecio, él les recitaba poemas, regalaba frutas, les decía piropos y ellas le correspondían con mimos. Todas pasaban a despedirse al terminar el turno; para ellas él era un ser maravilloso, que a pesar de estar tan enfermo, nunca dejó su sombrero y el buen sentido del humor.
La habitación 430 fue testigo de cómo se iba deteriorando poco a poco, como cada día perdía movilidad, como iba apagándose. Empezaba la cuenta regresiva, pronto estaría en casa. El día de todos los santos León se despedía de la habitación 430 para no regresar.
El León, el antígono, el funerario, mi amado padre, el abuelo, el amigo partió hacia la eternidad el 14 de marzo del 2014 víctima del cáncer , dejando a su familia y amigos gratos recuerdos, risas y el legado de ayudar siempre a los demás.
-Hilena-
Dic/2014.
Dedicado a mi amado padre.
Articulo escrito para el periódico, #MiComuna2 Edición N° 59

Mi anhelo

Anhelo explorar tu cuerpo. Sin tiempo, Sin límites, Porque mi huella en tu piel dejare, Porque siempre te amare. Anhelo fundirme en ti, Como...